domingo, 18 de noviembre de 2018

Llantos del alma.

Visión premonitoria.

El niño ya no llora. Las campanas suenan en la lejanía rememorando vivencias de otras épocas, con nostalgia, reconstruyo mi pequeño mundo después de la tempestad. El dolor me sorprende y todavía no me deja dormir, adquiridas costumbres señalan el camino que se deberá recorrer y la censura de los sueños se perderá nuevamente en motivos cotidianos.

Mientras tanto desde la ambigüedad incomprensible, el ser pusilánime en los hábitos del respeto y amor, incentiva las pasiones, los deseos y los miedos de la gente, para conseguir favores que se le antojen. Sesgando ilusiones, se hace hueco entre la multitud. A veces será pescador de infantes, a veces será verdugo de almas inocentes, será asesino, violador, será terror.

El viento embravecido agita las viejas contraventanas de madera anticipándose a la tormenta, una vela se apaga marcando el preludio de una nueva visión. Afiladas dagas se clavan en mi espalda produciéndome un espantoso dolor simulando descargas eléctricas que desaparecen tal como han emergido, como si fueran lanzadas desde otra dimensión por la mano invisible de la sombra que siempre me acompaña.

Cae la noche en una tarde lluviosa del invierno más gélido que recuerdo en estos tiempos, camino entre las calles mojadas de la gran ciudad, ya no llueve. En un banco apartado del bullicioso fervor del gentío, un muñeco de peluche solitario y mojado me mira asustado con ojos de plástico, me susurra verdades oscuras. El muñeco es uno de esos ositos que se consiguen en las tómbolas, su cuerpo inanimado está envuelto por un manto aterciopelado en rallas de color marrón, hace las veces de  su piel, el muñeco esta sucio, su estática presencia le grita a mi alma una pregunta. Como único testigo, la entrada de un local que tiene detrás me da la respuesta. Por la acera se acerca una niña solitaria que no tendrá mas de cinco años de edad, con su voz risueña quebranta el silencio,  camina cantando distraída en su don.

Del interior del local lúgubre, entronizado en los bajos del solitario edificio que acoge la escena, emerge un hombre de mirada lasciva, nerviosa, con un brillo de crueldad hambrienta en sus ojos, se muestra hipnotizado por la imagen de la niña. En un primer impulso, agitado, da un paso adelante en su dirección, pero se percata de mi presencia y refrena su afán, mi mirada pétrea contempla su intención. Se desenvuelve nervioso y por unos instantes pierde el control, me fijo como busca en su interior una excusa, una salida, una justificación. Del bolsillo de la camisa sustrae un cigarrillo arrugado, se aproxima a mí y me pide fuego,  yo permanezco como una estatua de piedra sumergida en una apariencia tranquila, no quiero perder su mirada y la busco con insistencia, le enciendo el mechero y se lo acerco, algo le indica que no toque mi mano aunque su iniciativa primera fuera hacerlo, nuestras miradas se cruzan al fin y en ese momento, pregunto a su inconsciente y obtengo la respuesta que no deseo recoger.

La niña sobrepasa nuestra posición sumida en su esencia divina, ajena a las garras de la bestia, tampoco ve el muñeco señuelo, a su suerte esa tarde noche le tocaba volar. El individuo toma la primera calada de su cigarrillo, para expulsar un suspiro frustrado, camuflado entre el humo que exhala mientras me lanza una iracunda mirada, me reconoce de arriba abajo y yo lo veo, veo el deseo anómalo en la mirada  de aquel hombre, por fin la niña se pierde a nuestra vista, él me sonríe y se adentra en el lúgubre local del que salió.

Por momentos comprendo que hay fríos más profundos que los que nos trae el más frío de los inviernos, que existen verdades tan dolorosas e  hirientes que desangran ahora mi alma, verdades que se perpetúan en espacios con pequeños azulejos blancos a medio colocar en las  paredes de una abandonada cocina, en espacios en desuso de iluminación anaranjada, en los bajos sucios de un solitario edificio de tres plantas, en la proximidad  de un colegio, en el silencio de una comunidad de vecinos que no verá nada.

Adquiero una nueva conciencia en mi vida, pero es una conciencia muy usada y antigua en su haber,  la gran ciudad  permanece dormida, ajena al dolor ajeno, partícipe de una maldad tolerada, mientras la humanidad mira hacia otro lugar, el niño dejo de llorar. La sociedad le da la espalda, porque existen verdades que es mejor no mirar y no recordar.

Por favor, despierta.