Me encuentro en una gran plazoleta de suelo empedrado pero invadido
por hierbajos mal segados, también esta cubierto de tierra rojiza,
esparcida en porciones irregulares, el lecho por el que caminan mi
alma tiene desniveles, todo se ve con aspecto descuidado pero eso la
hace más hermosa si cabe, las pocas luces que se filtran entre las
hojas de los gigantescos árboles que la custodian, la dejan en
penumbras, sin embargo un resplandor que parece emerger de la propia
hierba que la habita te deja desentrañar con claridad, todos sus
misterios, todo lo que percibo hace que me sienta muy bien y que
respire paz con todos mis sentidos. Camino sin rumbo, dejando que el
instinto me hable, de la nada aparecen delante de mis ojos un grupo
de personas adultas, están formando un circulo entre ellos, hombres
bajos y altos, hay unas cuantas mujeres apartadas del circulo pero
participan de la peculiaridad que les hace diferentes entre si pero
iguales, es una sensación extraña la que me trasmiten, actúan como
si jugaran a pasarse una pelota invisible los unos a otros, algo
místico me invita a continuar hacia ellos pero ellos no me ven, al
rebasar su altura uno entre todos me corta el paso, mientras los
demás paran el inmaterial juego, sin moverse de su sitio, se limitan
a esperar, a escuchar, al mirar el rostro del hombre que tengo
delante, me doy cuenta de que sus ojos son totalmente blancos y
aunque los dirige hacia mi creo que no me ve, toma mi mano haciendo
que me detenga y me dice; ten cuidado con el soplo del espíritu, lo
manda Ruth. Sin decir nada más me empuja con suavidad y me insta a
pasar dentro del circulo, dudo unos segundos, mirando a cada uno de
los participantes del extraño juego, sin saber que es lo que tengo
que hacer y vuelvo a tener la sensación de que ninguno de ellos me
ve, me pregunto que es lo que esperan de mi, debo continuar mi camino
o esperar a algo que no sé que es, pero ellos reanudan nuevamente su
juego aunque esta vez comienzan a gritar al unísono, ten cuidado con el soplo del espíritu, lo manda Ruth y lo vuelven a repetir una y otra
vez en una armonizada composición rítmica pero sin música.
Comienzo de nuevo a andar y no sabría decir si algo asustada,
intranquila, preocupada, pensativa, no logro distinguir la sensación
que me causan sus palabras, la paz anterior se a desvanecido, tampoco
me encuentro mal pero va emergiendo una alerta, la voz del instinto
despierta.
Abandono la plaza
por un camino situado a su derecha, de pronunciada inclinación
cuesta arriba, parece un camino de monte, no tardo mucho en subirlo y
justo al llegar a lo alto miro detrás de mis pasos para sorprenderme
al ver como un huracán se inicia en el centro del circulo y observo
como todos los componentes del mismo, uno por uno van entrando en el
mismo y me doy cuenta como se apagan sus voces hasta que no queda
ninguno de ellos, en ese momento se crece y se hace de una fuerza
extraordinaria, el huracán se agita y comienza a girar sobre si
mismo como si quisiera darme un poco más de tiempo para escapar, no
puedo dejar de sorprenderme, al darme cuenta de que carece de ruido y
al mismo tiempo que me percato de ello, comienza a engullir todo la
plazoleta, sus losas, sus árboles e incluso edificios de los que antes
no tuve consciencia, la rapidez y violencia con la que se agita, hace
que salga del asombro y de la curiosidad hipnótica con la que el
huracán me ha cautivado y empiezo a correr sin saber hacia donde
huir, improviso sin dejar de moverme mientras me percato que se
acorta la distancia de ser engullida por el colérico viento, que
remueve paredes, ventanales, pórticos y barandillas de piedra, todo
agitándose en un oleaje de polvo y escombros que pugna por
arrastrarme en su furia pero me da tregua, opto por subir unas
escaleras para vislumbrar la salida, al llegar a lo alto de ellas, un
hombre espera, me pregunto a quien espera, a caso no ha advertido el
huracán que viene detrás de mi, intercambia unas breves palabras
conmigo que no consigo entender, él no se mueve, se queda anclado e
indiferente allí, agarrando con fuerza, con una sola mano a la
barandilla de piedra de el final de las escaleras, mientras que con
su mano izquierda, gesticula con ademan de brindarme impertérrito
aplomo. Sus ojos me dicen mucho más de lo que comprendo en sus
palabras. Lo ultimo que recuerdo es que mire hacia atrás y después
todo fue agitación y eternas nubes de polvo denso y olas enormes de
escombros, nunca sabré si agarre la mano que me tendió o que fue de
él, si se salvo, si me salve yo.