Cuando creía que había exorcizado todos mis errores volverían sin
perdón…
A su vez en el
vergel mas cercano, la primavera con bureo dejaba constar su
lenguaje, en la hondonada algo mas escondida de la vista, los pétalos
de una rosa caían al suelo, dando por terminada su función. Así me
sentía yo, como esa flor huérfana de vida.
El amor, tremenda
estupidez, nos hace eternamente ignorantes, me refiero a ese amor con
desigualdad, al que es abstracto, irreal, delirante, el que
perseguimos incesantes detrás la pared que tapa y protege nuestras
imperfecciones. Exigentes, nos creemos merecedores de su atención.
En la flor que vi
desfallecer, pensé un instante, en una idílica relación sin
egoísmos, dándome cuenta de que solo la naturaleza se sabe hacer
así, sin esperar a recibir, se sabe dar, sin mal ni bien, pero
nosotros, que tristeza damos, perdemos el
valor de nuestros años de vida, sin notar el aroma de un amor sabio
y sincero, de un amor de verdad, que no exagere en romanticismos
alterados, sin encalamocar la realidad, sin despegar los pies del
suelo, por el mero hecho de compartir, ¿Qué es ese absurdo que nos
mueve?, yo no, no quiero participar si el godeo de un buen amor queda
a la mitad.
En cualquier tipo de
relación, relación de amistad que debería de ser la principal, una
relación entre humanos y no bestias, sin extraordinarios y no que a
la primera de cambio todo lo bueno se vuelve en enemigo, sin enojos
encolerizados o destructivos y aun así a nuestros errores los
llamamos aprender, sin pensar en mejorar ni en rectificar, sin ver.
Amarillean mis ideas
de no sentir y se tiñen de ese color, para proteger mi
sensibilidad. Me olvido y camino en búsqueda de nuevas sonrisas, de
palabras halagüeñas aunque sean efímeras, aunque mientan,
palabras que no me acompañen más de lo que dura una flor y se que
hay flores que duran un día y otras perduran un montón. No quiero,
ni me interesa participar en este juego mal usado y gastado. Sin
excepción.
Los días de hoy son
pérdidas seguras, las personas totales pero superficiales abundan,
el egoísmo nos mueve y nos limita, nos condiciona y también nos
paraliza, ¿Qué somos, conocedores de qué?
Insignificantes
motas de polvo bajo la escoba del tiempo, que vendrá para borrarnos.
Hombres y mujeres
permanecemos en un eterno debate de opuestos, agarrando extremos
distantes de la misma soga, impulsados no en avances pero si en
retrocesos. Uso la palabra abrumada y la hago mía cuando pienso y
escucho tantas y tantas historias repetidas.
Ya no se entrecruzan
las miradas, ya no se habla, hoy se demanda y mientras tanto cada
quien en el cubículo vació de su alcoba, es testigo de que la vida
se va y los años se le escapan, escupiendo cada noche ruegos a su
almohada, para mañana volver a fingir en mostrarnos felices. Así
me contaba, así le escuche, así se dio a conocer, y yo, no le quitè razón al contrario se la di, tampoco le quise interrumpir, pues en
su desazón había mucha verdad soltando el dolor .
Sus preguntas
tímidas, escondidas detrás de cada una de sus esperanzas perdidas,
negadas, aguardaban en silencio mi respuesta, tal vez, no sepa nunca
si fue un acierto ser sincera pero al otro lado de la linea del
teléfono se le oía anotar mi resolución. Su voz cada día mas
calmada, mas confiada, iba dibujando en la niebla el camino de salida
hacia un nuevo comienzo y los dos sin creer.
Cada quien en sus
ideas, en su rutina de dolores o de alegrías, de fracasos y
victorias, de amargas despedidas, de amores perdidos en el ayer,
fuimos descomponiendo en tan solo dos noches los puzzles
desdoblados, y al contrario de lo que se pueda pensar, la rabia no
surgió, los puzzles se descolocaron entre risas, abogando en
ensayos y en error, en debates en blanco donde no crece ganador, y fuimos las
dos partes de la cuerda que acabaron en unión.